Espejo
azul,
una
hierba nace abierta
de tu
mano.
Nos
lavaremos para recibir al Sanador.
Los
inciensos –ángeles– se levantan.
Los
ángeles –inciensos– ya están danzando.
Estamos
aquí por los dorados enfermos,
los
arqueados,
que
buscan,
con la
mano enceguecida,
tu
néctar,
entre
las estructuras
manchadas.
Amigo:
por ti,
cual cirios de carne,
ardemos:
¿quién
otro nos pondrá
un ojo
tercero
de vida
en la
frente?
Así que
en la costa hemos dejado
un
tabaco fino, un sahumerio
rojo,
inmortal –una ciudad
de
ofrendas, para ti.
Te damos
todo:
los
pájaros transparentes
te
damos.
Remueve
la decadencia,
remueve
la pudrición,
en el
centro de los nombres
remueve
lo triste,
y lo no
expiado.
Te
imploramos.
Que tu
lluvia de animal divino
limpie
los mares todos,
sane con
sus cinco brasas
el árbol
de cada cual.
Beberán
las sílabas
el rocío
tiernísimo.
Penetrarás
los cráneos.
los cráneos.
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