¿Aterrizará
el avión siquiera en un lugar,
volará
en mil pedazos en el aire?
En
este no–saber,
la
señora de enfrente
está
teniendo alguna clase
de
episodio cardiaco.
El
vecino de asiento, de culo gordo,
mira
compulsivamente a todos lados.
Un
niño ofrece un pequeño
llanto,
que bien podríamos
calificar
de dickensiano.
Yo
por mi parte tengo ganas
de
vomitar, de vomitar o gritar
o
pararme y decir algo.
Pero
no digo nada.
Todos
estamos nerviosos.
Algunos,
francamente, rezan.
Hay
una niebla eléctrica en el ambiente.
El
avión ha sido secuestrado,
y
ni siquiera sabemos por quién,
o
si de veras ha sido secuestrado.
Solo
sabemos que tenemos miedo.
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