Las
mujeres
y
los hombres
se
indignaron,
pidieron
una cabeza.
La
cabeza rodó
–un gesto enigmático–
a
la cesta de
sangre.
Entonces
fue el jolgorio,
la
borrachera cívica,
las
lágrimas y risas,
el
estruendo de las ollas,
los
gritos pluviales,
la
bandera ondeando
en
la plaza, orgullosa.
Hasta
que alguien
–un
fantasma quizá–
apareció
de la niebla
y preguntó lentamente:
–Bueno,
y ahora qué.
Tras lo cual el pueblo
alzó pancartas,
repitió consignas,
en huracán babélico.
Pasó
una hora entera,
como
una eternidad.
El
hombre –o mujer–
levantó
otra vez la voz:
–Todo
eso está bien,
pero estoy preguntando
y pregunto: y ahora qué.
y pregunto: y ahora qué.
Unos
y otros se vieron.
Se
quedaron callados,
sofocados,
en éxtasis.
En
el silencio algo
empezaba a formarse.
empezaba a formarse.
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