Esta mala costumbre
de tener tu crisis de los cuarenta
a los treinta y nueve.
Esta mala, esta ufana
costumbre de regalar
cobalto a los niños
para que te adoren
en cajas sin nadie.
Esta pequeña intifada
que estás montando
por no verte al espejo,
por no aceptar lo tieso
de tu cuerpo y su
sarcoma.
Todo responde a que
tu corazón está muy
aburrido,
y puede que incluso ya
no sirva.
Por lo mismo caminas
en aceras que siguen
siendo aburridas,
tantas décadas después,
aunque sigas
pretendiendo
lo contrario.
Puedes andar y andar
–qué fácil
de veras
es siempre
andar–
pero al final tendrás
que regresar a casa,
y a esta misma pantalla
en donde escribes
ahora mismo
este poema,
que, conviene precisar,
ni siquiera está
tan bien escrito.
Y además, amigo,
hay muchas cosas
que no se arreglan
tecleando.
De igual manera,
cosas que el soñado
silencio
no puede componer.
Las bandadas de pájaros
pasan delante de tus
ojos,
y desgarran el sofá
sordo y grasiento
en donde desde hace
años duermes.
Estás viendo en la tele
series que ya
terminaron,
cosa que no sería grave
si no estuvieras
tú mismo acabado.
No me malinterpretes:
no digo que seas un mal
tipo.
Es más bien esta mala
costumbre
de tener tu crisis de
los cuarenta
a los treinta y nueve,
y a media luz, sin
testigos,
igual que un cobarde.
Vamos capitán: es hora
de ponerte un poco
serio.
Espera las órdenes de
arriba,
y cúmplelas con alguna
dignidad.
Es cierto que algo en
ti
está muriendo, o ya
está muerto.
Pero eso no te da el
derecho
a comportarte como un payaso.
a comportarte como un payaso.
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