Buenas
noches.
El
blusero de camisa blanca
toca
para su propia muerte,
ahora y
antes
va
tocando una íntima rapsodia
para su
propia defunción,
en lo
confidencial de la oscuridad,
dice
hola a su sangre que sale.
Qué
rico este sonido que nace por asfixia,
haciendo
confesiones
que todos
sienten,
que todos
están sintiendo.
Sí, qué
rico este blues
que no
miente,
ok,
que nos
acerca a la felicidad
del
resentimiento,
ok,
que no
avisa,
ok,
solo
desgarra y lamenta,
ya habrá
tiempo para no llorar.
Pero
ahora el blusero toca
la vasta
pentatónica
del inagotable
samsara,
mientras
dice lo inviolable:
sin
blues el mundo es más triste,
y más
triste,
y más
triste,
es aún
más triste,
es una
raíz infinita de tristeza,
una
polución de ruiseñores
sangrados,
sin
blues, y sin una mujer como la que tuve.
¿Lo
sientes nena?
¿Lo
estás sintiendo?
Los
negros están pálidos,
porque
ya la noche ha entrado
por
completo,
y a esta
hora
hay una
ruta por donde los chavos malditos
y los
bastardos sin nadie caminan,
para
honrar al blusero muerto
que toca
por ellos,
y es
posible que nunca más hablen
después
de ver cómo vibran esas cuerdas
en la
selva bermeja de los cuartos solos.
¿Ya lo
sientes nena…?
El blues
es de todos
pero
especialmente
de los
muertos,
de los
que no pueden dormir
en la
noche de los muertos,
de los
patriotas del insomnio,
de los
que queman las bujías
en las
fogatas sin proa,
mientras
son otros quienes hacen dinero,
y son
otros quienes escriben
novelas
que a todos gustan,
y el
tren lleva al norte
a otros
que no se quedaron
en la
frontera de las
oportunidades,
y que dormirán en menos secos jardines.
Pero el
trabajo del blusero
no es
tocar para
los suertudos,
los oligarcas,
y los
vertebrados,
la línea
de trabajo del blusero
es
morirse prematuramente
tocando
para
personas reales y no de aserrín,
es
traficar notas para los
molidos a palos,
en un
mayo
en donde
ya todas las tortillas
negras se han acabado.
Si estás
muerto, aplaude.
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