I
La
recuerdo porque era gentil,
porque
me regaló un acetato
de
las Cuatro Estaciones de Vivaldi,
porque
una vez se puso a toser
mucho
en un restaurante,
y
eso le dio vergüenza,
y
me dio vergüenza a mí.
Pero yo tenía cariño de hecho
hacia ella, la abuelita Julia.
II
Estaba en una cevichería
cerca
del parque Morazán,
tomándome
un guaro.
Y
entonces la vi pasar,
a
la abuelita Julia, lenta,
casi
agónicamente,
con
una bolsa del súper,
y
yo no me levanté,
ni
fui a saludarla,
porque
estaba paralizado
de
la cantidad de perico
que
me había zampado,
y,
bueno, porque era
un
egoísta hijo de la gran puta.
Y así se me fue perdiendo
en
la avenida esa mujer
que
yo no había visto
en
años, y que yo no tuve
la
decencia de ir a ayudar.
III
Entramos
al geriátrico inglés.
Una
de las internas vino
de
la nada, y me abrazó:
olía
a viejo, a estropeado:
olía mucho a amarillo.
Me
pidió en su acento británico
que
por favor la sacara de allí,
pero
nosotros no estábamos
allí
para sacar a nadie:
estábamos
allí de hecho
para
visitar a la abuelita Julia,
que también olía a amarillo.
que también olía a amarillo.
1 comentario:
Hermoso texto.
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