como si ellos hubieran asesinado a Facundo Cabral.
Es ridículo. No sean ridículos.
Ustedes no lo asesinaron.
Nosotros no lo asesinamos.
Ni siquiera lo asesinaron ellos.
¿No lo ven?
Sólo una canción cantó nacarada.
La del perdón. Entonces perdonen, en la ciudad.
Sanó a los que tuvieron un poco de cáncer,
y lo escuchaban en las butacas del Miguel Ángel Asturias,
y en las butacas de todos los teatros del mundo.
Argumento que el hilo de su sangre trabajadora
Argumento que el hilo de su sangre trabajadora
seguirá ingresando por las grandes puertas
a cantar contra lo umbrío y dar el pan en flor de himno.
Vino a Guatemala cementerio de cartílagos rojos
porque era un obrero del despertar
y sabía que también aquí
hacía falta armar un buque y una Jerusalén.
Era todo un bodhisattva. Qué estatura.
Los budistas decimos que no hay karma más pesado
que matar a un bodhisattva. Pobres sus asesinos.
No sanaremos jamás, nunca y menos hoy
mientras no tengamos compasión por los verdugos.
No nos droguemos más con la ira.
Nos encanta la ira, y su dinastía de dientes.
Nos encanta la ira, y su dinastía de dientes.
Entre tanta ira la muerte la tiene fácil.
La primera vez que escuché a Facundo Cabral
me dije: si esto es la espiritualidad, entonces me interesa.
En sus palabras había el yodo exacto.
Y su voz tremenda y su cirio sucesivo
trajeron a mi joven arrogancia una parábola infinita.
Me dejó un niño en las entrañas.
Pobló de pasos, países, y anécdotas bellas mi fe.
Dieciocho disparos, dieciocho formas de no tocar su espíritu.
Dieciocho no contactos. Dieciocho maneras de fallar.
No digo que no lloren.
Y no saber, y no tener sino esta justicia
de palabras fallidas en la noche.
de palabras fallidas en la noche.
Es duro, puta.
Lo asesinaron en lo más alto de su cerebro tecnificado,
en la plenitud de su evolución toda.
Ondea la bandera entre la carne,
y los lobos mortuorios
ya olfatean las casas más cercanas.
No digo que los ojos no han quedado
tirados entre tanto charco,
pero sí que hay una rosa perfecta en el Bulevar Liberación.
Moriste entre los tuyos, bombero.
Me puse a llorar, cómo no.
Y una tristeza loca
me entró mientras lavaba los platos.
Pero Cabral había escogido su destino, desde hace eones.
Pero Cabral había escogido su destino, desde hace eones.
Crujieron las maderas.
Eso no importa.
El muelle no importa.
Lo que de veras importa es el mar.
Eso nos estaba diciendo, ayer, o anteayer, nuestro amigo Cabral.
Eso nos estaba diciendo, ayer, o anteayer, nuestro amigo Cabral.
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