Días algunos de enero
como anclas bajando a ciudades de sangre.
Imágenes del espejo que nos llevan al fondo
de lo que siempre, a toda hora, regresa.
Los dinosaurios parten a los caminos, a morir, a morir
y hacen nido en una de esas tristezas que queman la hierba.
La flor se abre de cansancio.
Las casas son cuartos para el aire repitiéndose.
No soy quien escribe este poema: es la yedra misma de enero.
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