Vení pues. Acercáte pues.
Que el vago se haga preciso
entre nosotros, que el que deja
puñales al pie de los postes
anónimos nos confiese otra vez
su nombre, rompa el ánfora
venuda y diga no sé y aquí estoy.
Hombre sin dirección, casi viento
entre las calles, regresá
porque no hay seda
en esos Pequeños Cuartos
en donde los cadáveres hechos
de alfileres de angustia
se posicionan en las esquinas:
estamos aquí aburriéndonos y
felices, y no te extrañábamos,
pero nos pone tan contentos
ahora que estés de nuevo
con nosotros, porque has traído
el pie cortado y la empanada
de sangre y lo cosido de tu nariz
a la noche empeñada, y con eso
es suficiente para que empiece
la fiesta de las heces y la resurrección
que siempre supiste te estaba
esperando, pero pendejo no venías
por flores que se arrastraban
a la vergüenza, que es región
de carne sin retorno, carne
ya tocada por el instinto de la muerte.
Así que vení y hablá, mostrá las manos.
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