a besar flores
ácidas, a pegar
dedos cortados
a las pantallas
de las laptops.
Mirénlos huir
adentro de las
aves, mirénlos
cómo no miran.
Cuando todo
es labio vivo
–el universo–
ellos se hunden
en la saliva
ennegrecida.
Cuando las
casas crujen,
majestuosas,
ellos cosen
un silencio.
Sólo regresan
una vez al año,
a ser crueles.
Luego vuelven
al herpes
y a la piedra.
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