Desde
la gran cirrosis,
desde
lo más profundo
del
aparato del tedio,
el
Dentista ha venido
a
clavarte un invierno
en
tu cuerpo noble,
luego
de pagar los oros
y
las tantas monedas.
Tuviste
que agonizar
durante
cuarenta horas,
boxeador,
hacha felina,
bajo
la mirada horrorizada
de
miles de luciérnagas.
No
veremos más tu melena,
nunca
más tu lento andar
sobre
la tierra amarilla.
Y
ahora somos nosotros
quienes
convalecemos
en
el vino de tu sangre.
Hemos
perdido el lazo
con
el majestuoso Cecil,
y
estamos tan solos
todos
bajo el cielo.
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