La pianista
nos mira mirarla
–Esfinge–
asombrados
y deshechos
ante tantísima belleza.
Así es: todos estamos
rotos
de oírla,
de escuchar esas
melodías
ni siquiera humanas.
La pianista será,
seguirá siendo
Diosa,
mientras nosotros
seguiremos siendo
Nadie.
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