Nos
han enterrado vivos,
a
vos y a mí,
y
ahora nos tendremos
que
sentir
las
caras,
mientras
el aire se hace
uno
con la sombra.
Nunca
fuimos amorosos
el
uno para el otro.
Toda
la vida nos miramos
como
se miran las piedras.
Ahora,
en este estrecho
lugar,
hemos
de comprender
que
nuestros pechos
son
un pecho solo,
y
nuestros sudores
un
mismo sudor
vencido.
Esto
no es lo que teníamos
en
mente
ninguno
de los dos:
pensábamos
que íbamos
a
odiarnos
hasta
el mero
final.
Pero
ahora, debajo
de
esta tierra densa, sorda,
no
queda más remedio
que
darnos,
desde
la asfixia,
otra
caricia.
No
queda otro remedio,
para
propósitos
prácticos,
que
amarnos
compasivamente,
porque
arriba de nosotros
hay
un carnoso silencio,
hay
eso que nos niega,
hay
el gran peso del miedo,
y
nadie escuchará
nuestros gritos.
nuestros gritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario