Hoy
di de comer carne a las palomas.
No
hay nada más triste
que
el cuerpo de una laptop
o
un aparato devedé
cuando
está descontinuado.
Hace
unas semanas invité a la chava
del
call center al apartamento.
Le
dije un par de cosas –fueron tres golpes,
secos,
sin ninguna vacilación–
mientras
arreciaba la tormenta.
Otro día puse las larvitas
en
el pecho de un televisor viejo,
uno
de tantos que guardo
en
el cuarto de atrás.
(La
chava del call center suplicaba,
como
tratando de convencer
al viejo maniquí blanco.)
Un
millón
de
larvitas
cubrirán
la lengua
de las encintas,
de las encintas,
estén o no encintas.
Alguien
me dijo algo cuando era niño.
Alguien
será esterilizado por ello.
Mi
vida es coser y observar la avenida cinemática,
e
intervenir las palomas, y beber cuando tengo sed
agua
del chorro.
Y
pasearme en el Oakland Mall, viendo
los
nuevos aparatos, las nuevas teles.
Mi
filosofía es eugenésica, eso es seguro.
Las
palomas se acumulan bajo la forma
de
montoncitos de huesos.
En
ocasiones, salgo a comprar un almuerzo ejecutivo.
Hoy
bebí agua del chorro.
Inclusive
degollé a un hombre.
No
tengo idea qué quería.
Pero
lo filmé todo, con mi nuevo iPhone 6.
Soy
como uno de esos fanáticos del desierto
que
han estado apareciendo en las noticias.
Pero yo creo en la eugenesia.
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