Dios.
Es
duro esto:
muy
duro,
muy
pesado.
Preferiría
decirte otra cosa,
pero
no me queda otra opción
que
verte a los ojos
y
darte esta terrible,
terrible
verdad:
la
cosa sigue, hermano.
No
somos sabios,
pero
algo al menos
tenemos
bastante claro:
la
cosa, la maldita cosa,
el
carnaval,
con
su máscara sulfúrica,
con
su Biblia de muerte,
con
su superdestrucción,
no
para,
aunque
te pongás
enfrente,
o
pongás a tu hijo recién nacido
enfrente,
o
pongás al mismísimo Dios
enfrente.
A
esto me refiero:
Incluso
el Señor mismo será aventado,
si
no echa a correr, él también.
Quedará
allí en la carretera,
sus
vísceras diseminadas
como
tierna mantequilla
en
el asfalto ardiente.
Tenés
derecho a alegar, supongo.
Pero
entre más rápido entendás
que
no podés dormirte,
menos
espinas,
menos
rojas liendres
brotarán
de tu pequeño ojo asustado.
Así
que no vayás a aguadarte.
Y
aunque estés sangrando,
no
se te ocurra perder el ritmo:
la
Hedionda Estructura de Cuchillas,
también
llamada Gran Puta Machacante,
está
allí nomás en la esquina,
y según me contaron ayer por la tarde,
te tiene bien arriba en su lista.
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