Todos
bebemos de fuentes ajenas.
Todos
chupamos llanta.
Es
decir: nada nace ex nihilo.
No
hay tal cosa como la originalidad pura.
Pero
como yo lo veo hay que copiar con estilo propio.
Piratear
sin imitar.
Y
siempre servir lo inédito, lo de adelante.
Yo
tengo una bronca, y es con los plagiarios.
Con
los cincuenta y dos billones de plagiarios.
Dios,
cómo los detesto.
No
tienen aura.
No
aportan.
No
erigen.
Calcan.
Lo
van licuando todo, en sus jícaras podridas.
Pero
la tragedia es que todo eso que copian
lo
cuartean, lo desfiguran.
Carteristas
de palabras,
atracadores
de personalidades,
apropiadores
de proyectos,
copiones
de procedimientos,
ladrones
de vidas,
rateros
de insights,
místicos
apócrifos,
seres
de laca,
cacos
que se huevean
hasta
sus propias autojustificaciones.
Se
quedan con todo.
Pero
aún quedándose con todo
nada
realmente les pertenece.
No
hay ni un solo crepúsculo
que
hayan visto con sus propios ojos.
Cincuenta
y dos billones.
Los
estoy viendo, a los vergas.
Sus
pequeñas maneras deglutidoras.
Sus
eslóganes falsos.
Deberían
hacer algo auténtico
aunque
sea una sola puta vez,
cortarse
las venas con
una navaja nueva.
Tristemente,
ni en su muerte
serán verdaderos.
ni en su muerte
serán verdaderos.
Clamarán
por algo suyo
pero
no recibirán nada,
por
haber robado tanto.
Su
karma será horrible e intransferible.
Nadie podrá ayudarlos.
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