A Noé Lima
Con el cuate guanaco
nos
juntamos
a
platicar,
pero
rapidito nos vamos poniendo tristes,
en
este vestíbulo
semitropical
centroamericano
que
ambos tenemos
la amarga dicha de compartir
y
que huele a extensión de hueso
y
en donde idénticas
criaturas
fantasmales
deambulan
neblinadamente
y
con espuma negra brotándoles
–un vergo de espuma negra–
de las cuencas bien vacías.
Nos
ponemos a llorar
porque
nos sabemos parte
de
una misma familia
de
craneidad y de despojo.
Nos
ponemos a llorar
porque
nunca nada
ha
sido jamás reparado.
Nos
ponemos a llorar
porque
somos epígonos
de
una traición equivalente.
Nos
ponemos a llorar
porque
–aquí
y allá–
unos
viven
a
expensas
de todos.
de todos.
Nos
ponemos a llorar,
con el cuate guanaco
con el cuate guanaco
porque
ya no quedan manos
y ni siquiera muñones
y ni siquiera muñones
para salvar lo táctil.
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