En el asiento de atrás
de mi carro llevo un frío.
Es un frío matemático,
sin vísceras,
un frío
gélidamente
neutral,
excelente compañía
mientras circulo
en las calles
sangrientas y linfáticas,
y voy diciendo
a todos esos asesinados:
enhorabuena, enhorabuena,
ya son libres
de esta ciudad
y sus callosidades
sin moraleja.
No soy un transgresor:
solo alguien
que lleva un frío
en el asiento de atrás.
Y ese frío homologa
perfectamente
todos los incontables fríos
de todas las latitudes,
y parece una pequeña esfera,
pequeña esfera vacía.
Es un frío sin cualidades,
ambición social, rasgos,
y sobre todo sin ninguna clase de calor.
Claro que mi frío
es pequeño
(de otra manera
no cabría
en el asiento de atrás)
pero siendo pequeño
es un mundo en sí mismo.
¿Y cómo es ese mundo?
Es un mundo antiguo,
en glaciación,
un mundo evidente y sin vida,
sin hormigas,
sin explicaciones,
un mundo duro y pesado,
un mundo al que todo le da lo mismo.
Qué gran compañía, este frío.
Qué gran compañía.
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