Venga
el mar de fuego,
venga
a trabajar en nosotros,
y
cuando abra alguien la puerta,
que
estemos ardiendo, elementalmente,
y
arda la silla, el cuarto,
pero
sobre todo ardamos nosotros,
hasta
las últimas transmutaciones,
que
el fuego entusiástico, persistente,
morador,
casi patriótico,
no
deje a nadie allí, no deje nada
salvo
un diente mercurial en la noche.
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