Las
lenguas te buscan. Las lenguas y los caracoles
y
los fragmentos te buscan, vienen de todos los continentes,
en
gran marcha disyuntiva –obsesión por encontrarte.
Traen
ofrendas exuberantes a tus pies, colillas doradas
de
cigarros de películas de los años cincuenta, traen
indescifrables
dados que tuercen el azar, orejas
dadoras
de músicas, traen esbozos de universos,
traen
los marzos del futuro, traen millares de gavetas,
traen
quién sabe qué sentimientos boreales,
traen,
parece, anteojos grandes para verte muy de cerca.
Y
ya están aquí, les pones la mano en la frente,
caen
al piso rojo, electrocutados,
y
gesticulan en lenguas ignotas y piden vino y coral.
Aun
las estatuas se quiebran en silencios aulladores,
y
las criaturas espartanas echan espuma por la boca,
y
una especie de gozo idiota ha llenado este teatro,
y
las butacas sueltan chirridos de esperanza,
y
lo que antes era fino deambula inarticulado,
y
las empuñadoras exultantes están ya de rodillas
y
solo alcanzan a decir estúpidos y tiesos monosílabos.
De
tu vientre surgen otros ángeles más extraños,
guarniciones
de acróbatas con no menos de tres ojos
y
bien es cierto que escupen perlas canallas y cortan brazos egoístas.
Tus
murciélagos rinden bofetadas perturbadoras y todo lo dejan
al
revés y nosotros te damos nuestra locura y tú nos das
los
machetes necesarios y nosotros te damos nuestros ojos
y
tú lo desollado, y el poder de caminar suave
y
dulcemente entre las cosas (pero las cosas y las esquinas
ya
no están ellas de repente) a la hora de lo inconseguible.
¡Admiramos
tus castas, confusas incisiones, Gurú!
Y
adviene Amor Chorreando Desde las Azoteas:
todos
los caminos: muros abajo: revueltos los páncreas:
se
arrastran los torsos para abrazarse unos a otros:
los
señalados son colocados en altísimos tronos:
condesas
cortan y confieren sus meñiques:
las
membranas unen los cartílagos:
el
espacio se enriquece y se autodescubre:
estás
aquí como el mar entre la luz: eres lo obeso
y
lo delgado: te seguiremos hasta la última sal:
por
verte se adelantan los atardeceres, misterio.
Cantamos
por ti desde cada boca sangrante.
Lo
que antes era pudor, tanteo, hoy es pájaro denso de grito.
Lo
que antes no acertaba a decir tu nombre hoy es pilar abierto.
Cada
fracción del aire lleva nuestra devoción, amadísimo.
En
todo cabello sin grosor hemos soplado tu posibilidad.
Por
ti hemos hecho graves sinfonías de pan y de labio,
creado
pergaminos de uña, diminutas joyas de águila,
y
hemos descubierto ángulos en el agua sin contenido.
Pero
ninguna de nuestras sedas se compara a tu silencio;
pero
ninguna de nuestras guitarras sabe encerrar tu vacío.
Has
abierto para nosotros los mundos y los campos magnéticos
y
los refrigeradores. Y en el lugar de cada bloque has puesto libertad.
Te
vemos repartir claridad desmelenada entre las víctimas.
Nos
has dado la ciudad de los espejos para que nos horroricemos
de
nuestros rostros asados. Nos regalas la piedad de un camino.
Tenemos
necesidad de tus venas alumbrando la sangre.
Con
tus palabras, los heraldos huyen por las escaleras, doblegados.
Todo
a tu lado es abierto, esparcido, ramificante, solar, circulatorio.
He
aquí un millón de bulevares para el Punto de Referencia.
He
aquí las estaturas todas para el Maestro de la Realidad.
Fanal
infinito, ala prismática, almendra esencial, iceberg desnudo.
Este
descender permanente de lo eterno hasta las cosas,
herida
pura, blanquísima, en el centro de los mundos,
esta
cantera transparente, coronilla incesante, derramando la leche
de
todas las caricias, este diamante de silencio llorando por nosotros.
Ya
hemos dejado atrás las películas de horror, lo cosido.
El
Gurú se ha quitado la máscara para dar una luz sin párpados.
Nunca
más estaremos solos y nunca más estaremos muertos.
Hay
trigo y no lo hay. Nos encontramos a los pies de algo que no tiene pies,
y
sin embargo estás aquí y estás ahora, muy entre nosotros.
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