Poema ganador del concurso literario de la Fundación Myrna Mack en su edición 2012.
Que estas tripas oscuras aún funcionen
tiene algo de milagro,
pero ya estoy suficientemente viejo
como para saber que todo milagro
cuelga de los zapatos de un ahorcado.
No soy más rey ni tribuno
que el esclavo que lame los inconfesables
retretes.
El miedo pasea en los espejos de mi
cerebro,
aún cuando ya las sillas se han
derrumbado, felizmente.
Esta paz está hecha de naipes de polvo.
Estoy aquí, cierto, bajo el sol infinito,
pero nunca, nunca olvido
cuál fue el camino que el diablo escogió
para mí a media tarde,
y que las aves todas quieren que yo
caiga.
Ustedes es que no escuchan.
No saben dar, no escuchan: se gastan no
escuchando.
Yo soy la pura costumbre de escuchar,
y
lo que escucho, a veces,
es la inacabable seda producto de cientos
de razas destripadas;
lo que escucho, a veces, son las diminutas
larvas
que entran y salen de nuestros corazones
fermentados;
los lamentos de los animales, en los
arrabales heridos;
veo cómo se acobardan los varones en la
noche sin lengua;
percibo, con horror, el acumulado filo de
la guillotina.
¿Les parece divertido esto que digo?
Rían pues: revuelvan, revuelvan las copas
rotas.
Pronto llegará la lepra, como una luna
acabada.
Y ustedes no sabrán a donde ir, para qué
sirve un machete,
ni por qué sangran, a veces, del oído
izquierdo,
o por qué la luz se ha puesto fría y dura
de golpe.
Detenidos y paranoicos, en las esquinas
sin toga,
verán semáforos eternos, sin jamás
entenderlos.
Y luego, cuando por fin consigan salir
de esa largo pabellón sin forma,
será demasiado tarde: incluso las bestias
los verán con asco.
Y serán otros quienes reirán de ustedes,
y oscuras lágrimas de suero
bajarán por sus rostros indecibles,
y la ciudad arderá en los televisores
que se estarán quemando ellos también.

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