Los manuales son ceniza.
Hay que ponerlos en la cabaña
grande y quemarla después
con las orejas tercas
y que los bosques vean.
Que los bosques vean
y sus ramas reales.
Que lo vea el pájaro
de la noche auténtico.
El mismo que se atreve a cruzar
los ojos de las hachas.
Seremos libres sin manuales,
sin la garantía de las direcciones
y las brújulas de bronce muerto.
Llevaremos esta claridad
como un tatuaje quemado.
Matemos con fierros dorados
al perro seguro,
que se echa
frente a la chimenea
y su fuego en donde nada arde.
En el cielo de locura escupida
–los manuales son ceniza–
reside la verdad
y su danza transparente.
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