Era de día.
Los refugiados estaban
allí,
frente a nosotros.
Habían venido desde el
indónde, el
incuándo.
Los refugiados y sus
perros muertos.
Sucios, incandescentes:
mujeres,
hombres, niños, fetos,
sombras.
Nos miraban.
No sabíamos qué hacer.
Hasta que alguien dijo:
la vida es de todos.
Abrimos las puertas.
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