Nos
quedaremos solos,
doblados
entre
sabanas,
vomitando
pequeñas
piedritas
de
sepulcro,
encandilados
por
palabras rojas
que
ya no entenderemos,
y
nuestras manos serán garras
de
hielo,
afiladas
y
seniles.
Moriremos
entre
charcos
de
alzheimer,
punteados
de olvido,
con
los esfínteres flojos,
viendo
el techo ausente,
viendo
las costras y las otras tumbas,
y
ya no el mar.
Seremos
lo más leve
sobre
una silla de ruedas,
entre
proas y retretes lejanos,
recibiendo
la nieve anónima,
el
desdén de las estrellas,
y
se dirá que estamos locos.
Eso,
más o menos:
nuestros
huesos se derrumbarán
como
viejas torres,
atravesadas
por una tristeza misteriosa.
Tapiados
por el oscuro descenso,
todo
nos dará miedo,
todos
serán nuestros enemigos,
y
esas malditas
nos
obligarán a comer,
y
esos malditos
nos obligarán a rezar.
nos obligarán a rezar.
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