Artesana
infinita,
diosa
de los senderos,
fábula
y realidad,
entra
y sale de la tierra:
mi
novia de Nebaj
de
colores
indestructibles.
Ha
recogido sus propios
pedazos
una y mil veces,
ha
metido
su
mano
en
el agua negra,
y
sacado
flores
dormidas,
desmoronadas,
abajadas,
para
levantarlas
otra
vez
al
sol
que no es jamás
el sol de los cementerios.
Hacemos
el amor:
sostengo
asombrado
sus
ovarios de savia,
como
pequeños
fetos
de gloria.
Quién
diría
que
yo conseguiría
una
novia tan alucinante,
quien
diría
que el Dios–Cráter
me
daría algo tan precioso.
¡Mi novia de Nebaj
no
le suelta el perraje
a
cualquiera!
Me
siento por tanto humilde,
de
horizonte pleno.
En
sus ojos
–en los ojos
de mi novia,
de mi novia de Nebaj–
de mi novia de Nebaj–
hay
una verdad profunda,
profundísima,
que me hace a mí bajar los ojos.
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