Alejandro–mensajero,
el
de la sonrisilla marrullera y ladina,
Alejandro
de vuelta al Grupo,
después
de una gran vapuleada etílica,
el
de los inconcebibles sacrilegios,
larva
milenaria de los centros de rehabilitación,
el
que amaba a su Padre Celestial,
el
que gritaba: “¡Qué peeerla!”
(era
una perla en sí mismo),
Alejandro
el nunca dormido tomaba café,
se
fue a España y volvió cantando,
el
insomne cartógrafo de amnésicos octavos,
ahogándose en el charco de la droga,
perdido
en el laberinto de su hígado,
en
la órbita desollante de su angustia,
y
sin embargo celebraste el atardecer y el gozo,
chiquito
y brincón, pero humilde y de rodillas
y
en llanto verdadero ante los trece padrinos,
luego otra vez duro y corteza,
filósofo
de la calle, infectado de soberbia y alegría,
apoyo,
solidario, incondicional,
moriste
sangrando en un internado carnívoro,
lejos
de tus amigos de los cuartos,
te
queremos vos fetal Alejandro,
y este no será tu epílogo.
y este no será tu epílogo.
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