Muchas.
Algunas dan saltitos báquicos alrededor del sofá
delante
de la tele,
otras extraen
compulsivamente arbustos del jardín,
los hay quienes recitan
solemnes panegíricos para un grupo de prostitutas
trans.
No faltan
quienes planean colocar una bomba
en la sinagoga que está del otro lado de la calle,
mientras el niño gordo y lento traga rubíes.
El árbol nos va dando su resina rugiente,
y esta cae sobre los novios odiosos
que cogen
y recogen una gavilla de espermas.
Ojalá pudiéramos
escuchar el tierno
susurro del muerto
semi–resucitado
en el clóset blanco.
Pero no podemos.
En la sala hay una roca encarnada,
que es un tálamo con un corazón puramente desdeñado.
Alguien se corta la mejilla con un mal.
El río pasa en medio de vos y yo,
y de los dos sos vos la menos dolorida.
Que nos muestren
en donde está la leche,
o por lo menos que se callen todos,
o quememos las cortinas.
Pasen la botella. Corten el ala.

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