Días de cabras cortadas, en cuartos rurales.
Días de profesores jurídicos casi tan amarillos
en los pasillos flotantes.
Días de spots que inundan
las pantallas como un sarpullido.
Uno sigue reescribiendo la plegaria,
moliendo los nervios sobre la piedra de olvido.
Son días en donde los albatroses se estacionan
sobre los techos de las casas,
estoicos así de grises bajo la lluvia.
Días en donde no dan ganas
de terminar los proyectos,
pero nadie se atreve a renunciar a nada.
Y cualquiera da declaraciones,
o al menos las escucha
mientras come un almuerzo ejecutivo
viendo el televisor demasiado cotidiano
para ser efectivamente pintoresco.
De una esquina a otra esquina
en un espacio sin centro, en la ciudad ahistórica,
vamos perdiendo el sentido del humor.
Es cansado pretender que nos importa.

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