Gurús californianos
siempre con ganas de coser a alguien,
siempre prometiendo una joya de veras limpia,
y hablando de algo al parecer sin nombre.
Gurús californianos (o hindúes o tibetanos)
con sus palabras dulces y metálicas,
resplandecen en los mil retiros
y les oímos desde el mar
de nuestra supuesta ignorancia, oh,
siempre por ellos confirmada.
Todo su negocio, personalidad
y proyecto de vida está basado
en el hecho de que no estamos iluminados.
¿No es extraño eso?
Dicen que vienen a degollar nuestro sufrimiento,
a poner sus huevecillos de luz
en nuestra espalda doblada,
a hundir los submarinos de nuestro ego.
Me pregunto: ¿hay una autoridad fuera de la tradición
de la autoridad que pueda decir
quién y quién no está a salvo?
Todas tus venitas están equivocadas,
afirma el gurú californiano (o francés
o mexicano) y yo tengo las llaves
de la cerradura, yo haré liso lo que en tu persona
está arrugado, yo te diré el defecto de tu tornillo,
le ordenaré a tus gusanos subcutáneos
que vayan en dirección inversa,
y a los lentos pájaros sin alas de tu vida
que compren mi nuevo libro
porque habla sobre abdicaciones gloriosas
y seres con tres corazones
y yo sé cuál es tu espuma verdadera.
Confíen ustedes
que siempre en alguna parte del universo
habrá un gurú californiano
diciéndonos lo defectuosa o perfecta
que es nuestra realidad.
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