Vengo yo,
con un collar de cartílagos
y colibríes ahorcados,
vengo de esos puentes
en donde nadie viene,
ni va.
Me encuentro a la orilla
de los tugurios
y las toses,
de una mujer feliz
y maltratada.
Busco perla
o placebo
en el fondo
de este vaso,
desde
hace
doce
años
vacío.
Río con las sombras,
en la pared de la noche.
Reconozco a otros locos
corsarios,
de tiernos
tumores
cancerados.
tumores
cancerados.
El hedor de ellos
es el propio:
una flor tatuada
en el pecho
en el pecho
de sangre.
Estoy cansado y vivo,
por ir a buscar
a las aguas
las monedas
sagradas
de la indiferencia.
(Peces tóxicos
se deslizan entre mis dedos.)
De un sepulcro de sal
he regresado,
a la hora en que los minotauros
boquean sin sentido.
Si hay un mañana
sacaré con estas manos
aquellos cascos
de latrocinio y expolio
que los antiguos
dejaron sepultados
bajo la arena caliente
y sobre la cual los hijos
sin apellido ni blasón
bailan eternos su cumbia maldita.
bailan eternos su cumbia maldita.
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