Un ángel negro nace de tu vientre.
Ha mojado ya sus alas en tu angustia,
y ahora aquilata la resistencia
de tu mirada y la calidad de tu silencio.
Tienes miedo: ¿se irá pronto,
apenas insinuado, o ha venido
a llevarte ya en definitiva
al venero fecundo de todas tus sombras?
No lo sabes. En quietud y pánico
lo miras mirarte, concordar con lo negro
de la noche, mientras afuera llueve,
inútilmente. Por fin se va, de golpe,
pero eso en realidad no te tranquiliza
porque sabes –y lo seguirás sabiendo–
que ese oscuro ángel es el tuyo,
y porque sabes –y lo seguirás sabiendo–
que a tu vientre ha regresado.
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