Brahma fue creado por Eso
antes que cualquier otra cosa.
Luego emergieron los otros seres,
los dinosaurios, Diderot,
la obra de Heisenberg, American Idol.
Pero primero Brahma.
En su grandeza,
en su enorme ingenuidad,
asumió Brahma,
que él y no Eso
había creado el universo.
Y cuando la caligrafía universal colapsó,
Brahma estaba un poco perplejo,
porque no recordaba haber decidido
destruir en ningún momento el cosmos.
“Bah”, dijo, “talvez lo hice mientras dormía”.
Lloró una a una a sus supuestas criaturas.
Y luego comenzó
a desintegrarse él también.
Sólo en ese momento comprendió
–el último ser, el ser último–
que no era él quien ordenaba la aparición
y la desaparición de las cosas,
sino que había algo previo a él,
de lo cuál él mismo era un producto,
que no era algo y no era nada.
Eso, dijo el centinela Brahma.
Se sintió solo, en verdad se sintió solo
pero a la vez sintió
como que le quitaban un peso de encima,
y naturalmente ese peso
era el peso del universo
–que nunca había sido suyo para empezar.
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